Ghost of Tsushima o cómo nunca es tarde para disfrutar juegazos
Hay que empezar bien el año en todos los sentidos, incluyendo videojuegos, y en mi caso el comienzo fue una grata sorpresa. Tenía pendiente Ghost of Tsushima desde 2020, pero nunca me había sentado a jugarlo en profundidad y su inminente secuela me incitó a dar el paso. ¡Y ya era hora!
Para quien no lo sepa, este primer juego es una aventura de acción en mundo abierto con ambientación japonesa de finales del siglo XIII. Encarnaremos a Jin Sakai, un samurái que combate la invasión del imperio mongol en la isla de Tsushima. Lo tenéis en PlayStation y PC, y a mí me pareció una maravilla.
El honor del Fantasma

Uno de los aspectos que más me gustaron del juego es su historia y personajes, especialmente el protagonista. Cada situación que vive Jin durante la cruel invasión de los mongoles pone a prueba su determinación, haciendo hincapié en su honor de samurái y los férreos valores con los que fue educado. ¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar para salvar a su gente?
Forjar la leyenda del fantasma de Tsushima es toda una experiencia. El juego tiene el tono apropiado para el contexto de su época y todos los personajes aportan algo, dándole su propio encanto a cada detalle de la trama en general. Se vive el punto de vista del pueblo invadido y de los propios samurái. Quizá, para alcanzar la perfección, habría sido interesante verlo brevemente desde la perspectiva de los mongoles.
En cualquier caso, yo no cambiaría ni una coma de su historia. Es cierto que no se recrea en las crudezas de la guerra, pero tampoco las omite y eso se agradece. Somos testigos de la dura realidad de la época, tanto a través de las diferentes tramas como por lo reflejado en la ambientación. Todo ello construye y desarrolla a la perfección a nuestro protagonista.
Viví la historia principal y todas las secundarias de personajes, relatos míticos incluidos, y disfruté de todos ellos. También completé la trama de la expansión en la isla Ikki, contenido que aporta todavía más contexto al pasado de Jin Sakai y me parece necesario para redondear al personaje. Sin revolucionar nada, toda la aventura en general se siente muy satisfactoria en términos narrativos.
Mundo abierto en Tsushima

La razón por la que dejé de lado el juego en 2020 fue precisamente por la idea de su mundo abierto. Al inicio la jugabilidad me parece demasiado básica, con un sistema de sigilo bastante simple que no me incitó a continuar. Dándole ahora otra oportunidad, me centré en la historia durante las primeras horas, sin desviarme más que por tramas secundarias. Funcionó; el resto, poco a poco, vino solo.
Si bien es cierto que las tareas del mundo abierto pronto pueden volverse repetitivas, se disfrutan muchísimo más cuando llevas un buen tiempo de juego a tus espaldas. Nuestro Jin necesita obtener equipo y herramientas, además de aprender diferentes técnicas y posturas de combate para que la infiltración y sus batallas tengan algo de profundidad. Ahí es cuando funciona mejor.
Eso sí, a nivel personal, sigue sin justificarme el invertir demasiadas horas liberando zonas de mongoles o buscando objetos. Tanto el combate como el sigilo se vuelven más disfrutables en la segunda mitad del juego, pero aun así, seguiremos teniendo un mapa de tamaño considerable para «limpiar» de iconos. Y como ocurre en otros juegos, por lo menos a mí me da pereza. Por suerte, es opcional.
Sin embargo, resulta agradable cabalgar hacia un punto u otro entre misiones principales y secundarias. Gozamos de buena música, las zonas son muy bonitas y dejan estampas para el recuerdo. Además, lo mejor del mundo abierto es esa sensación de vivir el juego sin «barreras», y aquí logra potenciar nuestra inmersión en la aventura.
Batallas medio samurái

El sistema de combate es bastante importante en el juego, porque estaremos luchando contra mongoles y algún otro enemigo la mayor parte del tiempo. En ese punto, podemos estar tranquilos; las mecánicas son sencillas, pero efectivas, y nosotros decidiremos hasta qué punto necesitamos dominarlas gracias al selector de dificultad.
Sin centrarse tanto en hacer batallas desafiantes y tensas como por ejemplo sucede en Rise of the Ronin, nuestro protagonista dispondrá de un generoso arsenal que crecerá conforme avancemos. Al principio veremos enemigos contados y haremos poco más que esquivar, parar y realizar ataques básicos. Por suerte, la cosa cambia poco a poco.
Si subimos el desafío (algo que recomiendo a los habituados a este tipo de juego), cada herramienta contará, así como la postura que adoptemos a la hora de desequilibrar al enemigo. Los combates singulares son relativamente simples, pero el juego brilla al enfrentarnos a un buen puñado de enemigos, ya sea en sus bases o en tramos de la historia principal.
Cuando los mongoles nos rodean y el sigilo deja de ser una opción, es cuando necesitaremos el arco, los kunai y las bombas. Las situaciones de caos (y hay bastantes) son las que más disfruté, teniendo que sobrevivir mediante todos los recursos posibles. A veces me parecía preferible dejar las sutilezas del sigilo a un lado para no quitarme a tantos enemigos del medio antes de luchar.

Valoración final
86/100
Me sabe mal no haberle dado esta oportunidad a Ghost of Tsushima en 2020, porque me ha encantado y quizá en su año lo habría disfrutado todavía más. Aun así, me parece un juegazo y en cierto modo, un soplo de aire fresco para que este tipo de juegos no sean todos unos «souls» en cuanto a dificultad y mecánicas.
Si tuviese que ponerme exigente, me habría gustado saber más del punto de vista de los mongoles, o saber qué pasaría en el futuro con los personajes que sobrevivieron. La historia principal acaba sin cabos sueltos y el resto supongo que lo dejarán a nuestra imaginación, pero querría un epílogo extendido sobre mínimo los protagonistas.
En fin, que ahora sí estoy preparado para Ghost of Yotei, ¡aunque no hiciera falta este contexto, pues cambiaremos de época y protagonista! Aun así, no me arrepiento en absoluto y ahora me lanzaré con más ganas a la nueva entrega de Sucker Punch. Ojalá la aventura de Atsu esté a la altura de la de Jin. Y si la supera, ¡mejor!